domingo, 4 de octubre de 2015

Juice

Esta vez no hay comentarios, nunca los hubo, tal vez sucede lo que decía la abuela cuando no quería uno hablar, tal vez le comió la lengua el ratón, tal vez hubiera preferido que fuese una ratona, y que no le comiera solo la lengua, también los pensamientos incongruentes, el bálsamo recién untado en los labios o el nuevo corte que lo hacía ver inverosímil entre la multitud. Pero después de un tiempo abre la boca y pronuncia con su tan poco elocuente y la risa de siempre — Rebeca— Si, Rebeca era  su nombre, se paseaba hondamente en su cabeza y la plazuela de la escuela, se le hacía añicos las viseras solo de verla, era un estilo de deseo incontrolable, de sentir el jugo de la carne agrio tal cuál una mandarina. Su sabor peculiar era ese, el de la mandarina, y cada que la encontraba imágenes del tiempo en prepa le venían a la mente, un libro nunca leído completo, sin fecha ni autor que le dijeron una vez en su clase de escritura que existía un sabor peculiar a la mandarina.

Años probando una mandarina y otra, no, vamos era literatura, es algo literal, no podría encontrar jugos agridulces en la boca de una chica. Pues no, nunca lo encontró porque buscaba en el lugar equivocado.

No eran más que amigos, no eran menos que intrusos jugando con sus bocas y sus lenguas y sus manos, después acrecentaron ellos mismos los equipos y no eran ya las manos, eran ya las piernas, el llamado tronco, los senos y los hombros, se sentían ligeros. Sucedió exactamente lo mismo que pasa por mi mente. Viajes al norte y viajes al sur que hicieron que probara el mítico jugo, la mítica carne, la mítica voz.

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